miércoles, 12 de mayo de 2010

Sobre la inseguridad

© Por Mónica Molina

La inseguridad es uno de los grandes males de nuestro tiempo. La ciudad se ha vuelto un peligro. La propia vida una amenaza. Cuando hablamos de inseguridad nos referimos básicamente al constante peligro que sufrimos de perder la vida en manos de delincuentes que actúan con excesivo arrebato, a sangre fría, para apoderarse de lo ajeno. Alguien de nosotros lo padeció en carne propia. O sufrió de cerca un crimen, un robo o algo semejante. Diariamente los medios de comunicación difunden sucesos de esta naturaleza: “Intentan robarle la camioneta a un matrimonio y terminan baleando a la mujer”. “Arrebataron la cartera e hirieron a una mujer”. “Tres adolescentes asaltaron a una joven con un cuchillo y resistieron el arresto”. “Detienen a un adolescente, lo reintegran a sus padres y a las horas vuelve a robar”. “Apuñalan a un hombre para robarle la billetera”… Podría transcribir páginas enteras de titulares referidos a hechos delictivos acontecidos solamente en los últimos tres meses. [1] Si contabilizáramos hechos ocurridos con anterioridad y los que seguirán ocurriendo, tendríamos volúmenes enteros con siniestras descripciones de crímenes y absurdas muertes que suponemos debían haberse evitado. Es una situación triste, lamentable, que una persona condene su alma por matar a otra para robarle el celular, el auto, cien pesos o un par de zapatillas. Una situación demasiado absurda para provenga de un solo hombre. Tremendo acto de barbarie debe necesariamente estar sostenido por un sistema de vida, un orden de cosas, que nos condujo a un estado de tan profunda y general degradación que es imposible explicar la inmoralidad de un hombre sin acabar por denunciar al conjunto. Esta es la conclusión a la que he llegado respecto a la inseguridad. Lo que a continuación expongo es un intento de explicar de qué manera llegué a esta conclusión y en qué baso mis argumentos.

Duda y evidencias

Una duda que me surge al observar el fenómeno de la inseguridad es la que aquí desgloso: ¿En verdad la violencia urbana se ha incrementado en los últimos tiempos? ¿No será artimaña de algunos medios de comunicación alentar el miedo generalizado para que la ciudadanía acabe por avalar políticas de mano dura? Tal como el mercado genera una necesidad para crear y vender el producto que la satisface, ¿no será el miedo urbano la necesidad y las políticas represivas el producto de ciertos grupos que buscan gobierno y poder? Dejo a los estudiosos de las ciencias sociales, de la comunicación o la ciencia política que expliquen la veracidad y verdadera magnitud del fenómeno de la inseguridad. El propósito de este artículo no es abordar mis dudas sino las evidencias. Exista o no manipulación de los medios, lo cierto es que existen personas que arrebatan carteras, celulares, autos, bicicletas; que hieren o matan para apoderarse de objetos y bienes ajenos… Estos hechos no son inventados por los medios. Ocurren. En todo caso la manipulación consiste en provocar cierta afección en el público para que éste piense, sienta u opina de determinada manera. Algunos medios, por ejemplo, no se conforman con dar a conocer los hechos delictivos sino que los engrandecen con opiniones, artículos, notas o encuestas inútiles que apelan a las reacciones impulsivas y nerviosas de los ciudadanos. Por ejemplo, el portal Noticias 30 pregunta al público qué métodos utiliza para defenderse de los hechos delictivos e ilustra una nota sobre la inseguridad con la imagen en primerísimo plano de una pistola apuntando hacia el lector.

Otra evidencia de la inseguridad urbana es que los hechos delictivos que afectan a una mayor número de ciudadanos no provienen del crimen organizado ni de bandas de delincuentes “profesionales” que secuestran a millonarios o asaltan bancos. En su mayoría son delincuentes solitarios que operan en pareja o pequeño grupos. Roban objetos de escaso valor, asaltan las casas de trabajadores, a medianos o pequeños comercios. En definitiva, son los más pobres saqueando a los menos pobres.

La ciencia

¿Cómo explicar este mal? ¿De qué manera erradicarlo y recuperar aunque sea un poco de paz? Hallando la causa y eliminándola de raíz, pensé. Y para hallar la causa recurrí en primer lugar a la ciencia. Me pregunté qué había dicho o descubierto la ciencia hasta el momento sobre los actos delictivos y criminales, puesto que éstos son los principales factores de la inseguridad urbana.

La antropología, la etnografía, la psicología, la psiquiatría, la neurología la sociología, se han ocupado de estudiar este fenómeno. La sociología se apoya en las demás ciencias y los estudiosos han desarrollado diversas teorías que pretenden explicar sus causas. Lo que a grosso modo estas teorías dicen sobre la delincuencia es que se trata de un fenómeno social; los actos delictivos y criminales son conductas anormales, desviadas, de individuos que encuentran en el medio social las circunstancias propicias que accionan sobre su anormalidad. Es decir, las conductas desviadas se gestan en el ambiente social y contribuyen de esta manera a las condiciones naturales del individuo. Parte de este ambiente social es la desigual distribución del poder y la riqueza generada por el capitalismo.

Otro factor que interviene es la subcultura. Según la teoría de la subcultura es común que los individuos con comportamientos desviados pertenezcan a grupos en las que estas conductas son permitidas. Por lo tanto, tales conductas solo podrían juzgarse como desviadas respecto a las normas y valores de la sociedad, pero no respecto a las de su grupo de referencia. Estigmatizar a alguien como desviado generaría rechazo social y provocaría que las personas estigmatizadas busquen compañía entre quienes no le censuran -otros estigmatizados-. De esta manera se reforzaría la identidad desviada de las personas impulsándolas a continuar con tales conductas.

Otras teorías hacen hincapié en el estudio de las sanciones. Una forma de reducir el delito consiste en aumentar los costes de su realización; por ello, desde la perspectiva de algunos teóricos es conveniente aumentar la severidad de las penas. Otros estudiosos consideran que la severidad de la sanción tiene repercusiones irrelevantes, mientras que la certeza de la despenalización puede influir en la reducción de la delincuencia.

La ciencia describe las funciones que el castigo ha tenido en diferentes épocas y sociedades. La primera, y más antigua, es la de la venganza, impuesta con el fin de recuperar el orden interrumpido. En ese caso se aplica al infractor un daño proporcional al daño cometido. La segunda sostiene que el castigo incentiva el incumplimiento de las normas. Esta teoría se formaliza en el siglo XVIII, con la concepción del ser humano como un ser racional, movido por cálculos de coste y beneficio. La tercera toma auge en el siglo XIX con la aparición de las ciencias sociales y los estudios científicos sobre la conducta humana. Es la teoría de la rehabilitación con la cual se pretenden modificar las conductas desviadas del individuo. La cuarta función se basa en la protección de la sociedad. Para ello se separa al desviado del resto del cuerpo social mediante el encierro, el destierro o aplicándole la pena de muerte. La eficacia del encierro ha sido puesta en duda por diversos teóricos debido a que una gran cantidad de estudios muestran el alto porcentaje de personas que retornan a la cárcel tras haber cumplido condena. Se considera que la prisión podría fomentar el delito ya que los largos periodos de reclusión destruirían los lazos sociales, y el contacto casi exclusivo con delincuentes reforzaría la creación y reproducción de la subcultura criminal. En cuanto a la pena de muerte los estudiosos concluyen que existen evidencias de que la pena capital apenas tendría efecto disuasorio sobre los actos delictivos y criminales.

Con ayuda de la ciencias biológicas, la sociología intenta determinar las causas del delito mediante el estudio de los caracteres individuales del delincuente. Elabora una clasificación de los delincuentes desde el punto de vista de su constitución física y de sus funciones orgánicas y psíquicas. Desde hace décadas se vienen desarrollando estudios biosociológicos basados en los avances de la genética. Se cree que cierta tendencia a la violencia en el varón se debe a una anomalía cromosómica. Sin embargo, numerosos estudios han confirmado que dicho fenómeno no se observa con frecuencia. Recientes investigaciones demuestran que podría predecirse si

un niño acabará formando parte de una banda callejera, consumiendo drogas o comportándose de manera violenta. Generalmente, son niños hiperactivos, de carácter intrépido no lloran con facilidad ni se muestran preocupados, o que no son muy sociables. Niños con estas características serían más propensos que otros a integrar bandas callejeras en la adolescencia. Según estos estudios, las adversidades del entorno: familias con escasa educación, padres divorciados o muy jóvenes elevarían el posibilidad de gestar futuros delincuentes.

Los ciudadanos

En realidad mi percepción respecto al problema de la delincuencia estaba definido. Recurrí a la ciencia porque consideré necesario corroborar o contraponer mis puntos de vista con las conclusiones a las que ésta había llegado. Sin embargo, como suele ocurrir, la ciencia tiene por objeto el saber. Observa, experimenta, describe, registra. Su labor es una tentativa de diagnosticar la enfermedad, pero jamás alcanzará la cura puesto que muchos males del actual orden proviene de un sistema social y económico que ha sido construido y justificado en gran parte por la ciencia económica. Es decir por hombres ricos, instruidos, bien alimentados, que lejos del sufrimiento del trabajo, se ocupan de explicarnos el origen de tales sufrimientos.

Recurrí entonces a indagar las opiniones de los ciudadanos respecto a la inseguridad. A continuación presento un resumen de dichas opiniones. En general, la gente supone que corresponde al Estado proteger y dar seguridad al pueblo. Pero el Estado debe en primer lugar purificarse a sí mismo de la corrupción puesto que él es el principal delincuente. Esto implicaría una purga desde los estratos más altos del poder: goberantes, jueces, policías. Sin embargo, estas acciones purificadoras del Estado son tenidas como simples consideraciones utópicas puesto que es poco probable que los gobiernos pretendan modificar un estado de cosas que lo beneficia. Por lo tanto, el Estado no posee autoridad moral ni voluntad política para eliminar a gobernantes, jueces y policías corruptos. La ley está hecha para favorecer a los delincuentes. Los policías cooperan con los delincuentes y éstos roban para ellos. La gente sospecha que gran parte del presupuesto que el estado destina a la cárceles van a parar al bolsillo de los funcionarios. A ello se debe la decadente condiciones en que viven los detenidos y las paupérrimas infraestructura de las cárceles.

Otra percepción de los ciudadanos es que la proliferación de los delitos se debe al mal desempeño de los jueces y la incapacidad de la policía; así como la existencia de leyes débiles u obsoletas y la deficiencia de los recursos materiales. El Estado nacional debe revisar las leyes y readaptarlas de modo que los delincuentes reciban verdaderos castigos y se corrija el procedimiento inadecuado de los jueces que liberan asesinos. Se debe construir cárceles y mejorar las que existen; capacitar a la policía, dotarlos de equipos y mejorar su salario. El estado debe prevenir la delincuencia saturando la calles de policías capaces y honestos. Por su parte los jueces deben corregir la grosera falla de otorgar a los delincuentes el beneficio de salidas antes de comprobar su efectiva recuperación. Respecto a las cárceles, hay quienes consideran que éstas deben autofinanciarse con trabajo comunitario realizados por los propios detenidos ya que es injusto que la sociedad mantenga a los delincuentes con sus impuestos.

Acosado por el miedo, la angustia y la debilidad algunos ciudadanos admiten la legalización del miedo, la muerte y la represión. Incluso hay quienes piden que aplique la pena de muerte. Consideran que se trata de matar o morir. Avalan de esta manera que el Estado se convierte en el criminal autorizado por su pueblo para asesinar a seres humanos para evitar que éstos sigan matando. Otros en cambio piden asesinar al estado. Es decir expulsar por medios agresivos a la clase gobernante compuesta en general por civiles corruptos e ineficaces para poner en su lugar a militares también corruptos e ineficaces. Otros, corrompidos por la angustia y el miedo, dominados por un feroz instinto de conservar la vida, proponen acciones atroces más cercanas a las bestias que a los hombres, por ejemplo, quemar las villas, rociarla con napalm, y emplear acciones terroristas para asesinar a la cúpula de policías y políticos [2]. Desde luego estos arrebatos proviene de una minoría. Pero basta que uno solo de nuestros ciudadanos considere que la violencia pueda controlarse por medios aún más violentos para comprender hasta qué grado de insensibilidad y distorsión moral hemos llegado.

Otra percepción generalizada respecto a la inseguridad se refiere a la pobreza, la educación y el trabajo. La gente supone que la pobreza alienta a la delincuencia; por lo tanto, el estado debe combatir este flagelo. Se cree que los delincuentes pobres no deben ser considerados simples víctimas de un orden económico y social injusto dejándoles libres de toda culpa.

Para otros la inseguridad se revierte con educación y trabajo. El estado debe fomentar la educación, crear nuevas escuelas, generar industrias y otras fuentes de trabajo para terminar con el desempleo. Hay quienes proponen crear factorías para los desocupados, obligarlos a trabajar y que sus hijos vayan a la escuela. Quienes incumplan con sus obligaciones deben ser juzgados como cualquier trasgresor de las leyes. Esto evitará el vagabundeo y la necesidad de convertirse en delincuentes. Otros proponen recluir a los delincuentes en granjas de trabajo y que reciban educación obligatoria. O bien, crear mejores cárceles donde al delincuente se lo eduque para ser útil a la sociedad. Otros consideran que los presos deberían trabajar y poner a la venta los productos de su trabajo. Esto permitiría que una vez cumplida su condena y puestos en libertad tengan ahorro y un oficio para empezar una nueva vida.

Violencia generalizada

La percepción que la gente en general tiene sobre la inseguridad prueba hasta qué punto el actual orden de cosas existe y se perpetúa en la violencia y de qué manera todos somos cómplices de esa perpetuidad. Pedimos al estado purificación y al mismo tiempo exigimos que refuerce su aparto de seguridad con más equipamientos y leyes más duras. Permitimos que los gobiernos utilicen el dinero que recauda de nuestros impuestos para adquirir armas y «capacitar» a gendarmes y policías. Es decir, reforzar el aparato represor. De esta manera cooperamos con el negocio de la muerte obstinados en creer que la fabricación y posesión de armas es algo meramente preventivo. Que en realidad unos fabrican armas y otros las compran con el deseo ferviente de no utilizarlas jamás. Habría menos delincuentes si no hubiera acceso a las armas puesto que portar un arma aumenta el coraje y la irracionalidad. Sin embargo, suponemos que el negocio de las armas es algo natural e inevitable; que un arma no representa violencia y muerte sino prevención. No existe ninguna exigencia ciudadana a los gobiernos para que expliquen de qué manera las armas de fuego llega a manos de los delincuentes: quiénes las ofrece y quién abstece el mercado interno instigando violencia. Al contrario pedimos más armas. Exigimos que los polícias tengan mejores armamentos; incluso, ¡que repartan armas a la población para enfrentarnos con delincuentes: o ellos o nosotros!

De esto resulta que el pueblo debe purificarse a sí mismo para merecer un estado puro. Para pedir la paz hay que comenzar por ser pacíficos. Comencemos entonces por no admitir el uso de las armas bajo ningún pretexto.

Otra forma de encubrir la violencia consiste en exhortar la creación de nuevas fuentes de empleo sin pedir que se reviertan las formas de trabajo y la relación insana y mezquina que los propietarios del trabajo mantienen con los trabajadores. La esclavitud moderna es la causa fundamental de la violencia. El trabajo es un deber y una necesidad, puesto que el medio de conservar la vida, sin embargo se ha instituido con base en la explotación y la violencia. Los dueños del capital se han liberado del trabajo y apropiado del trabajo ajeno con el fin de mantener una vida consagrada a la comodidad, los excesos y el lujo. Y apropiarse de lo ajeno es robar.

“Un hombre que, como ladrón, o un bandido, se apodera del trabajo de los otros,

sabe que está haciendo mal; pero el que se apodera de ese trabajo por medios

que la sociedad acepta como legales no reconoce que su vida sea mala

y por lo tanto este ciudadano honorable es, desde el punto de vista moral

incomparablemente peor, mucho más ruin que un bandido”

Leon Tolstoi

La explotación del trabajo se ha legimitado con falsas teorías económicas. Desde hace que desde hace cientos de años la ciencia económica nos viene diciendo que la riqueza es un bien, que el trabajo es fuente de propiedad, riquezas y productividad; y que trabajamos para satisfacer un sinfín de necesidades. Finalmente, tras largos años de trabajo, lleno de angustia y rencor, el trabajador comprende que todo lo que la teoría económica ha dicho es mentira. El trabajo es fuente de riqueza y propiedad para quienes viven del trabajo de los demás, no para quienes trabajan. Para éstos el trabajo representa miseria, cansansio, incluso la muerte.

De modo que no es el desempleo la causa de robos y crímenes. Hay casos de personas que se quitan la vida cuando quedan desempleados. Otros se vuelven indigentes antes que ladrones. La causa de crímenes y robos se debe a las ancias de obtener aquello que todo el mundo reconoce como bueno y deseable: el dinero, los bienes, la riqueza. Corrompidos por esta falsa idea muchos hombres abandonan el trabajo productivo y deciden vivir apropiándose del esfuerzo ajeno, tal como viven los dueños del trabajo y el capital. Otros –entre ellos, grosor de la clase media trabajadora y profesional- realizan su trabajo con tedio y desánimo, convencidos de que jamás conseguirán bienes ni riqueza a través del trabajo. Se tornan fustrados y violentos. Suponen que la causa de su desdicha se debe al capricho de gente pobre, vaga y viciosa que pretende vivir sin realizar ningún esfuerzo. ***

De manera que para contrarrestar la inseguridad por medio de trabajo no basta con generar más trabajo. Esto traería mayor esclavitud y violencia. Es necesario generar empleos bajo otra concepción del objeto y significado del trabajo, y bajo otra forma de relación entre los dueños del capital y los trabajadores. Los dueños del capital deben dejar de apropiarse de la mano de obra de los trabajadores y éstos quitarse la cadena de la esclavitud que se imponen a sí mismo por miedo a no sobrevivir.

La educación

Creemos que la educación es una forma de combatir la inseguridad. Pedimos más y mejor educación. Pero, ¿qué pedimos en realidad cuando reclamamos más y mejor educación? En general, cuando el ciudadano medio demanda mejor educación piensa sobre todo en la construcción de más edificios escolares y educadores más capacitados. Esta capacidad de los educadores consiste básicamente en su eficacia de formar seres para el actual sistema de vida y no para la vida.

La verdadera educación ofrece los medios para que las personas y los pueblos logren obtener lo mejor de sí mismos. Y lo mejor es siempre contrario a la violencia. Por lo tanto, la capacidad que debemos exigir a nuestros educadores es el talento de educar en la no violencia.

Por ello a los gobiernos corruptos y mediocres no les interesa la educación. Los frutos de la verdadera educación suelen ser obstáculos para ellos. Un pueblo educado es un pueblo no violento. Como la no violencia resiste a la violencia, el pueblo educado desobedecerá a su gobierno al menos que éste ofrezca pogreso y un estado bien organizado. Como decía Confusio: «En un estado bien organizado, el progreso no se estipula en términos de riqueza. La pureza del pueblo y de sus líderes es lo único que constituye la verdadera riqueza de la nación».

De modo que la educación institucional es un sistema incapaz de corregir las enfermedades sociales. Al contrario, las acrececienta. La violencia que proviene de la clase media instruida es muestra de esa falsa educación. He oído a universitarios y profesionales desear la muerte de un delincuente pobre porque les arrebató el celular. Si tal es el proceder de la gente educada y instruida, dudo profundamente que la educación sea una solución de la violencia. Por supuesto que no toda la clase media profesional actúa con intolerancia. Pero basta que exista al menos una persona instruida que ejerza la violencia para sospechar que la educación institucional no está capacitada para modificar la naturaleza perninciosa de los seres humanos y muchos menos arrancarla de raíz. De modo que no combatiremos la inseguridad fortaleciendo un tipo de educación centrada en la eficacia y el pragmatismo. Sólo una educación centrada en la no violencia, en la educación del corazón, podrá remediar nuestros males sociales.

La pobreza

Muchos consideran que el mayor índice de delincuencia está entre los pobres; por lo tanto, hay que combatir la pobreza para contrarrestar la inseguridad. Sin embargo, si existe un mayor índice de delincuencia entre los pobres no se debe a que éstos sean delicuentes por naturaleza sino a que la sociedad humana se compone en su mayoría de gentes pobres. La pobreza es la mayoría; la clase media acomodada una minoría, y los ricos, una excepción. Combatir la pobreza es combatir a la gran masa humana. Puesto que la pobreza es el estado común de la gente. En realidad debemos combatir la riqueza, que es causa de la miseria material y espiritual en que vive un gran sector de la sociedad humana. La pobreza no es lo que dicen los economistas. El significado espiritual de la verdadera pobreza encierra una verdad que la ciencia económica no percibe o no quiere percibir. Pobreza significa vivir con lo estrictamente necesario. Preferir la austeridad al lujo. Es decir, reducir a lo mínimo nuestras necesidades y dominar nuestros deseos en lugar de satisfacerlos. La pobreza se difunde como un mal porque constituye una amenaza para el actual sistema de producción puesto que su práctica reduciría el consumo y obligaría a revertir la depravante fabricación de productos. Por ello, se intenta por todos los medios convencernos de que la pobreza es miseria y depravación. Sin embargo, la miseria material: gente sin techo, sin alimento, sin oportunidades, marginadas, discriminadas, no tiene nada ver con la pobreza. Es resultado de la obscena acumulación de los medios de producción, de los bienes producidos y de las ganancias provenientes de tales bienes, en manos de un sector reducido de la sociedad humana.

Los miserables no representan ninguna amenaza para el sistema aunque sí un inconveniente. No pueden comprar ni vender tal como sistema económico lo exige. Apenas alcanzan a cubrir lo elemental para conservar la vida. Finalmente se extinguirán por sí mismos, sea de hambre, de frío, de enfermedad, de vicios; o bien, se acabarán unos y otros víctimas de la violencia a la que suele conducir semejantes privaciones. A ello se debe que ningún gobierno ni organismo del sistema, nacional o internacional, procurará acciones sociales y políticas que alivien definitivamente la suerte de sus semejantes. El combate a la pobreza es el falso y perverso el discurso de la clase dominante y rica al cual debemos resistir. Si los ricos verdaderamente desean combatir la pobreza que vivan primeramente como verdaderos pobres.

¿Qué debemos hacer?

Debemos considerar que la causa de la inseguridad no es la pobreza, la falta de trabajo, de educación, la ineficacia de la justicia o la incapacidad de jueces y policías. La causa y raíz de la inseguridad es la violencia. Y la violencia no se refiere a un concepto sino a una multitud de formas, de las sangrientas a las pacíficas, de la bomba a la disciplina de fábrica, del asesinato de un loco a la existencia del actual sistema económico de explotación.[3] La raíz de la violencia es el desprecio por la no violencia, que es resistencia contra toda forma de injusticia, la afirmación del amor, la colaboración con el bien y la convicción de todos los hombres somos hermanos.[4]

En la violencia se funda nuestro actual sistema de vida. En la violencia nos educan. Por medios violentos estamos obligados a trabajar para conservar la vida. De manera involuntaria o deliberadamente cooperamos y encubrimos la violencia que sostiene nuestro actual sistema de vida. Sin embargo pedimos protección y paz.

Ahora bien, ¿qué debemos hacer para no vivir con base en la violencia y llevar una convivencia pacífica con nuestros semejantes? La respuesta es sencilla: dejar de vivir como hasta ahora hemos vivido puesto que la forma de vida que llevamos tiene su origen en falsas concepciones y se construye con base en la violencia. Si deseamos paz social y seguridad, comencemos por no encubrir la violencia en ninguna de sus formas. Sólo entonces estaremos en condiciones de emprender acciones ciudadanas contra la inseguridad y podremos exigir a nuestros gobiernos medidas eficaces para solucionar el problema de la violencia urbana.

Entre las acciones que podemos asumir de manera individual y colectiva son:

1. Purificarnos de todas las falsas ideas que hemos señalado anteriormente y comprender que encubrir la violencia es aumentarla.

2. Dejar de cooperar con cualquier política represiva, de mano dura, puesto que su finalidad es conservar el actual orden social y económico que condujo a las sociedades humanas a la violencia, el caos y la inseguridad.

2. Reprobar el capitalismo depravado que conduce a modos de vida y de producción basados en la explotación del hombre por el hombre. Para ello, debemos:

-Comprar y consumir los bienes y productos estrictamente necesarios.

-Eliminar toda superficialidad y lujo. Es decir, elegir la pobreza y reprobar la riqueza.

-Preferir los productos del trabajo manual y artesanal por encima de los productos manufacturados en maquilas.

-Oponerse a la creación de más industrias que generan trabajo esclavo. En cambio exigir al Estado y a los particulares apoyo moral y material al auténtico trabajo del campo generado por campesinos autónomos, que no ambicionan enriquecerse sino cumplir con el deber natural de trabajar la tierra.

3. Planear acciones con organizaciones civiles, no gubernamentales, asociaciones de vecinos, etc. para que los miserables excluidos cuenten con los recursos materiales y espirituales que les permita integrarse a la vida comunitaria con la dignidad de los pobres voluntarios.

4. Planear acciones inmediatas con vecinos, organizaciones civiles, instituciones, gobiernos, etc. que permitan contrarrestar la inseguridad mediante la instauración de un sistema de vida basado en la no violencia.

Conclusión

Seguramente muchos considerarán que lo aquí expuesto son meras generalidades utópicas. Que la sociedad requiere acciones concretas y efectivas contra la inseguridad. Angustiados y temerosos continuaremos exigiendo leyes más duras, más policías en las calles, más cárceles, más escuelas, más industrias, más riqueza… En definitiva, más de lo mismo. Sin embargo, esto es ver la rama y olvidarse de la raíz y “el que observa la rama y olvida la raíz se pierde”, dice Gandhi, con absoluta razón. Sólo observamos la rama y andamos perdidos. Y continuaremos perdidos si no reconocemos que la verdadera causa de la inseguridad es la violencia y no deseamos suprimirla renunciando a la violencia personal, a la enseñanza sistemática de la violencia y a toda justificación de la violencia.

La historia de la humanidad tiene una rica experiencia que muestra que la práctica activa y generalizada de la no violencia es el camino a seguir. La violencia es ineficaz puesto que el bien que se obtiene por este medio es sólo aparente, mientras que el daño que produce es permanente. Sin embargo nos resistimos a seguir el camino no violento. La no violencia requiere demasiado sacrificio y preferimos el camino rápido aunque sepamos absurdo y equivocado.

En realidad lo que nos indigna de la inseguridad no es la violencia que representa sino el hecho que pone en riesgo nuestras vidas y nuestros bienes. Reaccionamos por instintos, como los animales, en lugar de actuar con el alma y la razón. De esta manera cooperamos con un perverso orden de cosas que ha originado una lucha de todos contra todos.

La gran masa de hombres está dividida entre los que trabajan sometidos a la esclavitud física o mental, guiados por una falsa idea del trabajo, y los que abandonan o se liberan del trabajo para vivir a costa de los demás. Esta desigual distribución del trabajo es la causa de todos los males de nuestra sociedad y de la ruina material y espiritual de la mayoría de los hombres.

Dejemos de cooperar con esta desigualdad. Si comprendemos que solamente en la hermandad obtendremos la cura, viviremos en paz y seguros de conservarnos como seres enteramente morales .

Ahora bien, si nos parece que todo esto una tarea titánica, utópica e ineficaz; o son ideas que provienen de teorías fracasadas y caducas. Si nos resistimos a hacer lo que a todas luces es natural y urgente argumentando que es imposible modificar en absoluto nuestro actual sistema de vida, que la no violencia es una lógica invertida y perversa donde los malos no son tan malos y los buenos no tan buenos. Es decir, si nos negamos ver el árbol desde la raíz, resignémonos entonces a perecer en manos de los delincuentes o sucumbir víctimas de una falsa vida.



[1] Me refiero a los últimos tres meses del año 2009. Tiempo en que recabé datos para este artículo

[2] Opinión emitida en el portal del diario La Capital por un lector con el seudónimo Reydeldiario en respuesta a la pregunta ¿Qué debería ser el Estado para mejorar la seguridad? Formulada por este medio. El comentario dice textualmente: “A los negros matarlos a todos, a las villas rociarlas con napalm, a la cúpula policial y a los políticos liquidarlos como hace la ETA en Europa, van a ver que si los apretás un poco van a cambiar. ¡REPRESION YA! libertad a los que nos matamos laburando”. Es difícil tomar en serio estas palabras y considerarla una opinión. La incluyo porque ilustra claramente la violencia generalizada en que vivimos. Si éstos son los sentimientos de un ciudadano honesto, trabajador, cuánta indolencia y crueldad no habremos de esperar de los delincuentes.

[3] Esta definición de la violencia la tomé de Georges Labica, pensador marxista francés.

[4] Idea de no violencia la tomo de Gandhi.

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